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sábado, 7 de mayo de 2011

El niño Timbó.

- ¿Cuándo lo viste por última vez abuelo?

- ¿A quién?

- Al niño árbol…

- ¿Quién te dijo eso?

- Papá.

- Ah…

- ¿Es mentira?

- ¿Qué cosa…?

- Que se convirtió en árbol…

- No. Es verdad…

- No te creo… Pero en el caso de que fuera verdad, ¿vos sabes la historia?

- Sí… El día que falleció.

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- ¡¿En serio?! ¿Y te contó?

- Sí.

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- ¿Cómo se llamaba?

- Eustaquio.

- No puede ser, ese nombre es de abuelos…

- Antiguamente nos llamábamos así, era muy común del campo, pero yo me llamo igual desde que era niño, como él. No son nombres de abuelo.

Eustaquio fue el único hijo de unos vecinos, un matrimonio mayor que se dedicaban a la chacra. Eran muy sencillos pero trataban de darle todo lo que podían a su hijo, tratando de suplir las carencias que habían tenido ellos en la infancia. Eran buenas personas, de visitar poco, muy educadas y respetuosas aunque solo él había terminado la primaria. Ella nunca fue a la escuela. En casa siempre hablaban muy bien de ellos, además eran los únicos vecinos, casi que familia.

Eustaquio y yo nos criamos juntos, éramos muy buenos amigos y nos veíamos en la escuela, después de la escuela y los fines de semana. Nos veíamos siempre, si no había más nadie…

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- Viste, te dije. ¡No era un árbol!

- ¡Pará que todavía no termina el cuento!

- Pero si tu abuelo lo conoció… ¿entonces cuántos años tiene este árbol?

- Yo creo que casi noventa. Pero, espera que la historia sigue…

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- Apenas pudimos, empezamos a montar a caballo, los límites casi que desaparecieron, éramos niños libres por el campo, libres hasta que caía la noche, porque si no volvíamos con luz, mi padre me entraba de un alpargataso en el que te dije…

Pero la alegría no duró mucho. Me enteré un día que no fue a la escuela. Pero tampoco fue el siguiente, ni en toda la semana. Al poco tiempo dejo de asistir. La maestra le llevaba las tareas a la casa para que no se atrasara.

- ¿Qué le pasó?

- No sabían… No se sabía mucho en esos años.

Los padres le dieron yuyos, llamaron a un “huesero”, mis padres le dieron unos pocos pesos que tenían, pero ni cerca quedaron de poder llevarlo a Montevideo para que lo viera un médico.

- ¿Y la ambulancia abuelo?

- No habían m´hijo…

- ¿Y…?

- Y se fue quedando quieto, y cada vez más quieto y quedó postrado en una silla.

Los padres estaban desconsolados y mis padres ayudaban como podían.

Eustaquio vivía entre la cama y la pitanga. Allí se sentaba a la sombra los días lindos. Yo lo visitaba después de la escuela y le contaba lo que aprendía. La maestra lo visitaba a veces y le leía cuentos.

Un día me dijo que la maestra le había leído una leyenda guaraní, de un indio que le creció un árbol de la oreja. De una oreja negra.

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- Viste, me estas mintiendo de nuevo…

- Yo le dije lo mismo a mi abuelo. Pero el cuento sigue.

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- No te miento... Eustaquio empeoró, ya no salía de su cuarto. Pasaba acostado, no podía moverse y a mí no me dejaban verlo. Entonces fui a la escuela y le pregunté a la maestra dónde había un árbol como ese del cuento. Me dijo que en la plaza de la ciudad.

- ¿Fuiste?

- Sí, falté a clases y me fui a caballo.

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- ¿Y qué le dijeron los padres?

- Dijo que nada, que llegó con el último rayo de sol, que lo miraron serios, pero que siguió derechito al cuarto. No le dijeron nada.

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- Al otro día, después de la escuela lo fui a ver. Ya no hablaba. Le puse la “oreja” en la mano, la tenía cerrada, apretada, pero la pudo empuñar y los ojos le brillaron. Le brillaron como cuando andábamos a caballo. Y ese fue el último día que lo vi.

- ¿Qué pasó?

- Lo enterraron cerquita de la chacra, porque en ese entonces no había cementerio acá, no lo habían creado, uno tenía que morirse en otra ciudad…

- ¿Dónde lo enterraron?

- Ahí, donde está el Timbó…

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- ¡¿Acá?!

- ¿No te digo…? ¡Ahí…! ¡Donde está ese árbol!

- ¿Entonces es cierto que se convirtió en árbol…?

- Yo le pregunté lo mismo…

- ¿Y qué te dijo...?

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- Yo ya te conté la historia, vos sacá tu conclusión...



Marcelo González Calero. 2011.

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