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sábado, 13 de marzo de 2010

Relaciones "Humanas"



Curiosidades del comportamiento humano. Tal vez ya no sea un insulto ser comparado con las piedras...


Marcelo González Calero.

jueves, 11 de marzo de 2010

Asume Piñera en medio de réplicas.


La Sra. Michelle Bachelet finaliza su mandato y asume la Presidencia de Chile el Sr. Sebastián Piñera Echeñique en medio de tres fuertes réplicas del terremoto vivido el 27 de febrero.
Según información de USGS la magnitudes fueron las siguientes:

  • 12:44:06 UTC - magnitud 5.1 Richter con epicentro en la Araucanía.
  • 14:39:48 UTC - magnitud 7.2 Richter con epicentro en Rancagua.
  • 14:55:30 UTC - magnitud 6.9 Richter con epicentro en LIBERTADOR O'HIGGINS, CHILE.

La alerta de tsunami preventivo sigue vigente entre Valparaiso y la región de Los Lagos aunque estiman que no sea de magnitud destructiva.  (información válida para el momento)

Finalizada la ceremonia se ordenó evacuar el Congreso Nacional como medida preventiva.




Marcelo González Calero.

domingo, 7 de marzo de 2010

El día después. Ya nada sería lo mismo. (II)

"El día después. Ya nada sería lo mismo"
es la continuación de "Así viví el Terremoto"
Se recomiendo leerlo antes para mejor comprensión.



El despertador terrestre mueve le cama nuevamente, es hora de levantarse dice la Pachamama. Los ojos grandes buscan llenarse de luz y en su angurria se queman.
Confirmado, no fue un sueño ni idea mía, había temblado de nuevo. Las replicas se siguen sucediendo.

Es tarde, la gran interrupción de la noche se cobró horas vespertinas. Abrir los ojos tenia de nuevo un sentido. Era sinónimo de vida. Estaba vivo.

La habitación cerrada impedía ver el exterior. El camino desde la cama hasta las cortinas, se prestó para conjeturas de todo tipo. ¿Llovía?, ¿estaba nublado?, ¿el cielo estaba rojo?. No, nada de eso, era un día soleado de verano, como los de playa, como los de la infancia.

Como la luna, el sol salió alumbrando de nuevo y como escuché tantas veces... "el sol sale todos los días".

La naturaleza de nuevo te mira a los ojos con cara de ¿que pasa? Todo se vuelve cuestión de perspectiva, lo que para nosotros fue grande, para la naturaleza fue pasajero.

El sol volvía a llenar la casa de luz, aquella que no daba todavía la electricidad. Como siempre, la mano autómata busca encender los interruptores inútilmente, aunque sabemos que no hay electricidad.

Las huellas están, las cicatrices existen, todos nos volvemos un poco exploradores, un tanto ingeniero, un poco forenses. Los descubrimientos se anuncian, todos quieren compartir los cambios que obligó el terremoto. Todos volvemos a reunirnos y a responder si pudimos dormir bien.

Los adultos padecemos de caras cansadas en directa relación con la edad. Los niños tienen la frescura de la inocencia y es tan solo un día lindo para jugar.

Alguien enciende la radio, desde la madrugada se había auto asignado un informante para nuestro grupo humano, esa persona era y será quién sabe por qué, la encargada de informarnos a todos de las últimas novedades. Nadie se opone, nadie protesta.

Los periodistas nos ganaron la carrera. Al principio impacta la diferencia entre aquel silencio y falta de información en todas las emisoras de cuando recién sucedió el terremoto y ese momento donde todos hablan mucho, como si lo supieran desde siempre. La información no para de llegar, los nombres de pueblos y ciudades, algunas que nunca había escuchado, retumban en las paredes de la casa sin televisores, ni música, ni aspiradoras. Se siente una especie de indignación por no haberla recibido cuando la necesitaste, por haberlo escuchado titubear y ahora sentirlo tan seguro cuando lo peor pasó. Con la razón, se va la indignación y viene la comprensión, como una disculpa.

Fue entonces cuando llega el primer golpe. La noche había cobrado más víctimas fatales. Las caras tristes se vieron automáticamente y la mía no estuvo ajena. Cada uno de esa cifra se sentía una parte tuya, todos habíamos vivido lo mismo, pero no todos corrieron la misma suerte.
La pena me inundó. Recordé entonces mis días de niño, cuando miraba las caras tristes de mis padres mientras escuchaban tragedias en las noticias y sus caras se transformaban. No entendía por qué tanto sentir por gente que no conocían. Yo sentía pena, pero a ellos les cambiaba la cara. Así miraba nuestras caras un niño desde abajo, mientras en una ronda improvisada, tratábamos de escuchar al periodista.

Tal vez con el tiempo la vida también le haga entender a él, el por qué de nuestras caras.

La atención y la sed de información había vencido hasta la primera visita de rigor al baño. Pero de golpe se disuelve nuevamente la reunión y todos a sus cotidianas tareas de aseo personal. Luego el desayuno.

Sonaba fácil hasta el momento de prepararlo. No era algo que no hubiéramos vivido antes en un apagón, pero hay que confesar que ahora todo tenía una sensación de sobrevivencia. El primer desayuno se cocinó y desarrolló entorno al parrillero, donde el salvador fue el carbón.
En un entorno donde se intentaba distender las tensiones, la similitud a un día de camping, sirvió para romper con la rutina, a aprender y enseñar a como arreglárselas sin la infaltable electricidad.

La tarde volvió a tomar tonos oscuros, cuando la noticia del tsunami comienza a propagarse. Al parecer las ciudades costeras fueron arrasadas por una ola gigante. El peor de los temores para los habitantes de la costa, se había hecho realidad.

La radio no ofrecía mayores detalles, cada uno se imaginaba como estaría esa ciudad, como sería la ola gigante; cada uno imaginaba que podríamos haber estado de vacaciones en la costa. El terremoto había llegado justo antes del comienzo de las clases.

"La gente arrancó para los cerros" dice la radio, nadie quería bajar. Se siente un temblor de mayor intensidad, las emisoras son más veloces en informar el epicentro y la intensidad, todos seguimos con la misma incertidumbre. Nadie sabe si habrá otro terremoto y si lo que está en pié, seguirá estándolo.

Casi a esas alturas se escucha una comparación con el terremoto de Haití. Parece que el mundo giró la cabeza y ahora todas las miradas se fijan en un terremoto nuevo. El mundo se siente tocado por una tragedia en un país desarrollado, siente que puede ser en el suyo. El mundo sabe que Chile estaba preparado, que conoce de terremotos, que los ha sufrido antes. Todos saben que fue fuerte y que la cifra de muertos a pesar de todo seguirá subiendo.

Las noticias se interrumpen nuevamente. Ahora la casa se llena de palabras en inglés. El presidente Obama envía un mensaje al pueblo Chileno. Los periodistas agregan que se ha dado una alerta de tsunami en la costa oeste de Estados Unidos. Los Americanos evacuan la costa.

Desde el jardín de nuestra casa, miro a mi alrededor e intento hacerme a la idea de que lo que había pasado era un problema mundial.

Las autoridades recomendaban no salir de los hogares si no era de extrema necesidad. Por suerte había agua potable y teníamos alimentos para resistir sin problemas un par de días, tal vez tres. Esto hacía que la imaginación trabajara tiempo extra. Lamentablemente la realidad superó toda imaginación.

Los periodistas comienzan a hablar de desaparecidos, esta vez no son los desaparecidos de la dictadura, esta vez no hay "terrorismo de estado" asociado después de esa palabra. Al parecer, el agua se había llevado personas de vuelta al mar. A los desaparecidos se suman los atrapados. Los rescatistas toman la noticia de último momento. Un edificio caído mantiene atrapado a un número de personas hasta ese entonces sin confirmar. Las réplicas se suceden, no solo mantiene la amenaza latente, sino que interrumpe la labor de los rescatistas adentrados entre los escombros.

Es hora de hacer otro intento.

El teléfono móvil no funciona desde hace rato. Probemos el de línea fija. Suena, está llamando, el tiempo se hace largo, uno no sabe que esperar, cuando de repente: - ¡HOLA!

- ¡Hola Papá!

El alivio y la felicidad inundaron las voces: - ¡Te paso con Mamá que se va a morir de los nervios!

Desde Uruguay seguían la tragedia desde temprano, pero sin noticias mías. Ellos tenían las imágenes del terremoto, CNN mostraba las casas caídas, el tsunami, los fallecidos, nosotros no sabíamos nada.

Desde Uruguay, me contaron qué había pasado con lo que yo había sentido.
Ellos tenían mejor información de la que podíamos obtener de la radio.

Ahora la ronda se había agrandado, la tecnología nos permitía un informante más desde Uruguay, eran noticias frescas, todos la recibíamos agradecidos.

El cielo santiaguino estaba raro. La contaminación es una suerte de nube permanente sobre Santiago, pero ese día la nube era rara. Era más densa, tenía otro color, teñía la luz de tonos diferentes a los acostumbrados. Pensé que tal vez fuera polvo en suspensión. Es una estación muy seca en Santiago y la tierra se vuelve fina como el talco. Tal vez con semejante sacudida esa tierra estaba en el aire. Luego me enteré que era contaminación por el humo de incendios de dos fábricas de químicos.

Cerca de las 18 horas fui en busca de registrar fotográficamente lo que había sentido.

Santiago había cambiado y para siempre.

Encontré daños de todo tipo. Desde casas caídas, hasta muros fisurados. La gente no confiaba en sus viviendas, todos estaban afuera. Para algunos era una especie de feriado festivo. Se veían tranquilos, ya habían recogido los escombros y asombrosamente los tenían apilados en lugares comunes prontos para ser llevados por un camión. Las casas y muros dañados ya habían sido tapados con lo que tenían más a mano; chapas, cartones, maderas. A simple vista parecía que el terremoto había sido dos o tres días atrás.

La tarde ganaba transeúntes, la calle era transitada con tranquilidad, no había transporte público y el sábado le daba el último toque de serenidad. Asombraba ver parejas y familias enteras caminando en busca de observar los daños en la ciudad. Un incontable número de cámaras y celulares fotografiaban los daños. Parecía que todo estaba en calma, parecía no haber de que preocuparse, los chilenos asumían la situación con calma, madurez y desarrollo.

Los medios de comunicación se habían preparado para enviar corresponsales a las zonas dañadas, por efecto, poco a poco las imágenes comenzaron a llegar a la población.

La electricidad comenzó lentamente a reponerse y los televisores a encenderse.

Lo que describo a continuación es mi impresión.

La desinformación nos mantenía a todos "calmados" ya que nos preocupábamos solo por lo que nos sucedía y por lo que estaba a nuestro alrededor. Cada uno ayudaba dentro de su entorno y las catástrofes eran del tamaño de su vecindario. Pronto las imágenes del desastre inundaron los hogares. Se llenaron de derrumbes, de tsunamis, de desastres, de muertos, de desaparecidos, de historias desconsoladas, de desesperación, de desolación, de impotencia, de abandono, de soledad.

Todo entró como un tsunami de información dolorosa.

Los sistemas de reacción se estaban activando, un país se estaba sacudiendo el polvo todavía. Un gigante tiene su tiempo de respuesta y no es rápida ni tan veloz como se quiere y necesita.

Era fin de mes, los sueldos se acaban para las familias medias y humildes, los alimentos no son abundantes en la casa cuando llega fin de mes. Todos pensaron que todo se pondría en funcionamiento como con cualquier temblor. La gente no se preparó para resistir y salieron a exigir.

Las informaciones dicen que los supermercados permanecerán cerrados.

Las imágenes muestran las edificaciones de los supermercados mal heridas.

La luz y el agua no se han repuesto en varios sectores.

Entra el pánico. Llega la noche.

La prensa recoge testimonios, los primeros de personas con niños en brazos que dicen necesitar leche, agua, jugo, pan.

Los vecinos se reúnen, comparten la desesperación.

La desesperación se propaga con la facilidad de la globalización de la información.

No demora nada en producirse el primer saqueo. Luego otro, otro y otro.
Toma a Carabineros de Chile poco preparados. La gente siente que son los únicos afectados y que a las autoridades y al Estado no le sucedió nada.

No hay consciencia de que todos sufrimos lo mismo, pero con diferentes consecuencias.

Algunos volvemos a la cama alumbrada esta noche por una vela.

Afuera la luna brilla opaca por la contaminación. Las estrellas se ven como nunca, el cielo se asemeja a una fotografía mate.

Vuelve el silencio.

Otros viven su primer infierno, su primera noche.

El 27 de febero fue un día con dos noches. Fue un día largo. Cuando hablábamos de terremoto, nos referíamos a ayer, que en realidad había sido en la mañana y para el día 28, parecía que había pasado dos días. Todos sufrimos lo mismo y la gente sufría por dos días, se desesperaba por dos días, se sentía abandonada por dos días, cuando en realidad había sido menos de uno.

La naturaleza y el cansancio nos envió a dormir con la luna, con la noche, temprano.
Las imágenes de la ciudad, las palabras de los periodistas radiales, las réplicas, el miedo y la necesidad de repasar, retrasaron el sueño.

Era el día después y ya nada sería lo mismo.

Nota: 15:37 hrs. Mientras redactaba hubo otra réplica. La más fuerte en días.



Marcelo González Calero
2010.

sábado, 6 de marzo de 2010

Así viví el Terremoto. ( I )

Hoy es sábado 06 de marzo de 2010, 7 días después del terremoto de 8,8 grados en Chile.

Mi nombre es Marcelo González Calero, soy uruguayo y por “cosas de la vida” estoy viviendo en Santiago de Chile.

Viví dos años en estas mismas tierras en el año 1998 y 99 y ya en esa época se hablaba del “gran terremoto” que se esperaba.

Pasé los dos años esperando que no sucediera. Cada "temblor" (como le dicen aquí) que vivíamos, esperábamos que se descargara el gran terremoto. En un territorio de gran actividad sísmica, viví varios y de diferentes intensidades. Aprendí sobre los diferentes tipos de movimientos, la escala de Richter, los maremotos y tsunamis, los procedimientos en caso de emergencia y a mantener la calma cuando todo hace perderla.

Escuche los cuentos de los terremotos sufridos en la historia de Chile, las creencias populares para predecirlos, como que “cuando la noche se pone rojiza al otro día tiembla” y por sobre todas las cosas, aprendí a respetarlos.

La tierra de Uruguay no nos educa a entender y a sobrevivir a los movimientos telúricos.

Son aprendizajes de la vida.

De golpe, sin aviso y a la hora que se le ocurra, la naturaleza te enseña a esperar entregado.
Es capricho monopólico la decisión de intensidad con que va a sacudir tu piso, tus paredes y tu techo.

No tiene piedad en demostrarte que tu fuerza y tu poder es insignificante, que las construcciones en pié de los Humanos son solo benevolencia de la madre naturaleza.

Pasé los dos años sin sufrir el "gran temblor".

Volví a Uruguay y por “cosas de la vida” 10 años después, vuelvo a vivir a Santiago.

Los primeros meses me mantuvo asombrado la poca frecuencia e intensidad de los temblores.
Ya casi los extrañaba.

La madrugada del 27 de febrero del 2010, a las 03:30 estaba en la cama, cuando comenzó a moverse.

Inició como un temblor chico, normal, “manejable”, a lo que reaccioné como siempre, a la espera de que terminara, controlando dentro de lo posible que todo estuviera bien.

El temblor continuó y con él la tensión. Fue ahí que reaccioné. No era uno más.

A continuación les voy a contar como lo viví junto a mis seres queridos. Tal vez les ayude a entender qué pasó y qué les pasó a los cientos de chilenos que perdieron la vida. Para todos ellos, familiares y damnificados, todo mi respeto.

Para los que no lo vivieron y no saben como se siente un terremoto, intentaré hacerles imaginar como se siente.

Era de noche y estaba en mi habitación, con las cortinas cerradas, luces apagadas y con el televisor encendido. La imagen que me viene para que se hagan una idea, es como si estuvieran en una caja de zapatos.

De repente la empiezan a mover con la misma facilidad de si la estuvieran moviendo con las dos manos.

La mueven de un lado al otro de forma horizontal; luego la empiezan a mover más fuerte y le agregan un movimiento ondulado, la mueven tanto como para que las cosas que hay en la mesa de luz se caigan, los cuadros se golpeen contra las paredes o se caigan, las puertas se abran, los cajones se abran y no puedas mantenerte en pie.

Muy bien, a esto agréguenle mucho ruido, algo así como una estampida de ganado corriendo por tu jardín, el techo de tu casa y en la habitación de al lado.

Súmale el ruido de una persona pegándole a los vidrios de las ventanas, puertas golpeándose, vidrios rotos, cosas cayendo, las alarmas de las casas, las alarmas de los autos, gritos, llantos y ladridos.

No se olviden de que todo esto pasa al mismo tiempo.

De repente mientras sentís todo esto y no podes ver lo que pasa afuera y entras en conciencia de que es un terremoto, el famoso terremoto que esperaban, te entra el miedo, recién ahí sentís miedo, porque no sabes qué esperar, hasta donde va a llegar todo esto.

Es ahora cuando dudas de la resistencia de las paredes, del techo y toda la construcción. Es ahora cuando no sabes si van a explotar los vidrios, si se va a abrir la tierra o si se va a deslavar el cerro de al lado de tu casa.

Muy bien, eso agrega un poco más de tensión.

A todo esto le falta una cosa. En el momento que se siente un sacudón y ves el televisor saltar, se apaga la luz. Ahora sigue pasando todo lo mismo, pero a oscuras.

En ese momento uno siente “más” ruidos y solo te queda esperar no sentir que algo se te cae arriba.

El terremoto empieza a disminuir, ahora la caja de zapatos se siente como si estuviera en el mar.
La sensación es como si estuvieras en un barco chico sobre olas.

Los ruidos disminuyen y solo se escuchan alarmas, gritos, ladridos y llantos. Curiosamente en este momento, mientras escuchas estos ruidos, al mismo tiempo sentís silencio.
Se siente un silencio tenso, oscuro, incierto, pesado.

No sabes si esperar más, si va a venir uno más fuerte, si queda mundo afuera de tu casa.
Casi se siente la necesidad de confirmar si uno está vivo, si es posible que hayas sobrevivido a tal movimiento.

Estas nervioso, asustado, hay que vestirse, buscar una linterna, ponerse zapatos, hay vidrios rotos en el piso, hay que ver como están todos, como está la casa, si hay pérdidas de gas o un incendio en la cocina o lo peor que no quieres pensar, si hay alguien muerto.

Nos comenzamos a reencontrar todos, nos miramos con cara de miedo, como redescubriéndonos, con cara de sueño, ojos nerviosos, ropas extrañas y desplazamientos erráticos, sin sentido.
Las imágenes comienzan a aparecer de la oscuridad. La casa empieza a mostrarse de a poco en el círculo de la luz de la linterna.

Todos los cajones están abiertos, parece que hubieran entrado a revisarlos, todas las puertas están abiertas, hay cosas en el piso, mesas corridas, caídas, muebles donde no los dejaste antes de acostarte. Hay cosas rotas. Nadie sabe bien que hacer.

La revisión arroja paredes rotas, revestimientos caídos. ¿Cuanto más? No se sabe.

Surgen las ganas y la necesidad de saber.

Surge la estúpida necesidad de ponerle un número a lo que acabamos de vivir.
Si el número es grande, entonces fue grande. Todos opinamos, fue 7, 8, 9, 10 tal vez 11, como el de Valdivia, como el del 85, nadie sabe.

Prendí la radio. Busqué en FM, en AM, encontré música, música y más música de discoteca y donde no, había lentas. La noche musical seguía en la noche de viernes.

Surge la necesidad de saber como están los seres queridos, la necesidad de avisar que sobrevivimos, que no se preocupen. Logramos realizar un par de llamados normales y pronto colapsan los teléfonos móviles. Colapsan las líneas fijas.

En la radio aparece una emisora en AM que transmite. Las otras hablan de cosas superficiales, poco importantes, se ríen, hacen chistes, hay reggaeton, son programas grabados.

Aparece el primer informe: Chile acaba de sufrir un Terremoto, las primeras informaciones nos llegan desde Estados Unidos...

Es ahí donde cambia en todos la forma de referirse a lo que acabábamos de sobrevivir.
¡Fue un Terremoto! Y en seguida preguntan: ¿de cuanto…?

Todos necesitan saber de cuanto. Las primeras informaciones dicen que de nueve, que el epicentro fue en el sur.

Pronto en la radio se repite: Chile acaba de sufrir un Terremoto, las primeras informaciones nos llegan desde Estados Unidos..., la intensidad, el epicentro y nada más.

En la calle no hay luz, los semáforos no funcionan, los autos enciendes las luces largas, no están acostumbrados a conducir sin alumbrado público, conducen con temor, alguno a alta velocidad.

La gente sale a las veredas, los vecinos se reúnen, conversan, se ven pijamas.

Las alarmas comienzan a apagarse.

Todos nos quedamos con alguien, nació una necesidad de estar en grupo, de juntarnos, conversábamos, compartíamos información, se calmaban los nervios.

Afuera la luna y las estrellas brillaban más que nunca en contraste de un Santiago oscuro.

En la radio se da la noticia: Se registra el primer muerto en Valparaiso.
No recuerdo con certeza, pero creo que ahí fue. No se me olvida más que fue el primero.

Fue lamentable, triste, pero tenía la esperanza ignorante de que fueran pocos. Nunca nos imaginamos que había sucedido lo que había sucedido en el Sur.

No hacía mucho que lo habían anunciado cuando la voz temblorosa del locutor confirma lo que sentíamos en nuestro cuerpo. Una réplica.

Las alarmas volvieron a activarse y se volvieron a escuchar los gritos “¡está temblando!”

El miedo revivió, no importaba la intensidad, solo esperábamos saber si superaría al anterior. Tal vez en otras circunstancias hubiera sido fuerte, pero con el antecedente perdía importancia.

La oscuridad eléctrica acompañaba la noche, acompañaba lo negro de las noticias, aparecía el segundo y tercer muerto. Comenzaban a repetirse las tristes pérdidas humanas.

La luna alumbraba la cordillera de los Andes, alumbraba la madre tierra, al Mapuche (Tierra-gente), sin distinciones, sin divisiones políticas, humanas, todos éramos hombres y mujeres de la tierra, mirados por la naturaleza con calma.

Yo sentía que para ella no había pasado nada grave. Ahí estaba como siempre, con su hermosura y su inhóspito carácter.


Luego de deambular por la casa, de revisar todo una y otra vez, de pasar por el mismo lugar sin levantar lo caído, de esperar algo sin saber qué, sin esperanzas de que se conectara la luz, nos llegó internamente de forma casi unánime la decisión de disolver la reunión y volver a la habitación.

La ignorancia nos dejó volver a la cama.

Acostado mirando el techo, recordé entonces el 1ero de enero de 2000, cuando festejando el cambio de siglo en Uruguay, le dije a mi familia:
“nos salvamos del terremoto”.



Marcelo González Calero.




Acaba de leer: "Así viví el Terremoto" Parte 1

Continúa: "El día después. Ya nada sería lo mismo" Parte 2


Especial:

Terremoto en Chile

jueves, 4 de marzo de 2010

Chile se levanta!

En la ciudad de Los Andes, la Cruz Roja Chilena y los jóvenes voluntarios, unen esfuerzos para enviar ayuda al sur de Chile donde se encuentran las ciudades devastadas por el terremoto.
Un ejemplo de voluntad, espíritu y solidaridad digno de contagiar.

¡Muchas Gracias!














































































































































Para quienes no se encuentran en el territorio en este momento, les cuento a modo de poder hacerse una idea, que mientras producía esta nota, hubo 3 réplicas. Así de real y presente se vive el terremoto en Chile. La Tierra te recuerda varias veces en el día que puede sacudirse tanto como aquella madrugada.





Marcelo GONZALEZ CALERO.
todos los derechos reservados. 2010.