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viernes, 5 de agosto de 2011

Camino al espacio.



Preparados…
Para el contexto tecnológico en que vivimos, a mi corta edad, ya siento que “hablo de otro mundo”, cuando rememoro los tiempos de mi infancia.

La historia que les voy a contar es, y voy a utilizar el término “basada en hechos reales”, para no utilizar la palabra “verdad”, que encierra una precisión que mi memoria no resiste, por eso creo que es válido para los más jóvenes, la aclaración de por qué cosas que hoy son “normales”, antes eran de ciencia ficción.

Cuenta regresiva…
La historia empieza en Uruguay; aclaro porque eso define mucho del contexto. No es con ánimo de crítica, ni mucho menos, pero, para que se hagan una idea, no éramos un país con tecnología de punta para la década de los 80´. Crecimos sin PlayStation, Computadoras como hoy las conocemos, teléfonos celulares, TV por cable, Internet, computadoras portátiles, Ipad, Ipod, sin música en Mp3, ni CD´s ni DVD y sus respectivos reproductores, nada de HD, ni 3D, apenas TV color, sin mails, mensajes de texto, Google, y sin micro ondas. El calentamiento global no existía, ni se hablaba de agujero de la capa de ozono, ni de los autos híbridos y esas cosas que eran solo de revistas de ciencia o de “Mecánica Popular”.

Niños y niñas de hoy; el mundo era “igual”, pero muy distinto.
Todo fue apareciendo muy pero muy despacio, pero más lento todavía, llegaba a nuestras casas. Después todo llegó como un aluvión.

- 3…
La primera vez que escuché la palabra “eclipse”, fue en el inicio de primaria, en los albores de la década del noventa. Parecía que vendría uno dentro de poco, era un acontecimiento importante, un eclipse solar en horario de escuela; era la oportunidad perfecta para enseñarnos qué sucedía cuando el día se volvía noche antes de volver a casa. Como siempre en tiempos escolares, toda actividad importante comenzaba con tarea para la casa. Los famosos “deberes”. Las tareas se podían olvidar, so pena de un reto; pero lo que nunca se borrará de mi memoria, es que por alguna extraña casualidad, fuere lo que fuere que pidiera la maestra, nunca era algo sencillo de conseguir para los padres.

Esa debe haber sido la primera ley que aprendí.

Teníamos que conseguir alguna protección para los ojos, ya que no se podía observar a ojo desnudo. Entre familiares y vecinos, las ideas comenzaron a llegar. Las opciones manejadas iban entre el vidrio de una careta para soldadura, hasta un vidrio de la verde botella de Sprite, incluso pasando por la infaltable placa de rayos “X”. Aquella complicación para mirar al sol, resultaba incomprensible. ¿Por qué no podíamos hacerlo entrecerrando los ojos, de la forma más natural?

La maestra descartó rápidamente los lentes de sol, las placas y otros “inventos” extraños e inapropiados, que llevamos mis compañeros y yo, fruto de la imaginación de los padres. Desde el jardín del colegio, todo el curso rodeando la maestra, con dos vidrios de careta para soldar con electrodos, fuimos turnándonos para ver ese espectáculo. Había que disfrutarlo rápido porque éramos 23 niños y el show no duraba mucho. Yo recuerdo que mientras esperaba mi turno observaba el extraño comportamiento de los pájaros. Volaban nerviosos, cantaban como al atardecer, parecían volar a sus refugios convencidos que volvía la noche, de apuro y sin aviso. Los pájaros de ese entonces deben de haber muerto pensando que el sol les jugó una mala pasada. Luego de una corta “noche” volvieron a cantar como al amanecer.

Una mala noche, sin dudas…

Luego del disfrutable momento fuera del aula, a recibir la explicación de lo ocurrido con aburridos dibujos en el pizarrón.

- 2…
“Hoy antes del almuerzo te voy a pasar a buscar por la escuela, vamos a ir al comando de la Fuerza Aérea, quiero que conozcan a dos astronautas de la NASA que nos van a visitar”. Un beso de despedida y nos bajamos del auto con mi hermano para comenzar la jornada de colegio. La mañana se hizo eterna hasta que llegó la hora prometida por mi padre. Obviamente la explicación a la maestra de por qué salíamos de clase fue algo así como que teníamos algo importante que hacer, porque eso de decirle que íbamos a conocer a dos astronautas de la NASA era como decirle que íbamos a dar una vuelta en una vaca voladora, le hubiera causado la misma impresión falsa.

Entre la gente expectante, mi Hermano y Yo los conocimos en unos uniformes azules, con un escudo que decía “NASA” obvio, pero era la primera vez que lo veía real, en algo que no era ni en la tele ni en los cohetes espaciales. Otra cosa obvia era que no traían sus cascos de vidrio y mucho menos los trajes espaciales. Por un largo momento sentí la duda de que no aparecieran así, después de todo eran astronautas ¿o no…?

Los representantes eran Franklin Chang-Diaz de la NASA y Sergei Konstantinovich Krikalev Cosmonauta Ruso. A pesar de que uno se dedicaba a los astros y el otro al cosmos, viajaron en la misma misión. Era algo solo visto en James Bond después de la guerra fría.
Franklin terminó siendo el astronauta con más viajes al espacio y como era latino era el más simpático de los dos.

Si quieren conocerlo como yo, esta es la página de él: www.franklinchangdiaz.com.

Ese día fue increíble y la pregunta fue inevitable: “Papá: ¿Cuándo vamos (Uruguay) a llegar a la luna…?”

- 1…
Era una noche calurosa de febrero, el silencio de las olas y una suave brisa, parecía humedecer las alas de los grillos que competían por quién cantaba más fuerte, el croar pedía lluvia a gritos, pero las nubes no querían aparecer. Mis piernas en el agua hasta la rodilla, hacían de la pesca una actividad grata para la noche de calor húmedo y una constante atención a la caña disminuía el molesto zumbido de los mosquitos. El lago calmo, coqueteaba de negro, regodeándose con las estrellas. La corta caña de tacuara, cabecea con ganas, la bolla de corcho pintado se hunde en la oscura agua nocturna, el tirón instintivo y emocionado engancha el anzuelo en la boca del pez, que pese a la resistencia de su pelea y peso, vuela por el aire y cae nuevamente provocando ese sonido que provoca sonrisas en los pescadores. Era uno de esos “cabeza amarga” gigantes que se pescaban contra los juncos, pero de noche. La boca enorme característica y las ásperas escamas lo delataban ante la falta de luz. Repuesta la lombriz, lanzada la boya, la sonrisa marcada y un instante de regocijo me llevaron la mirada hacia el horizonte.

Un escalofrío me recorre el cuerpo, como si el agua se hubiese congelado instantáneamente, pero el frío venía de mi nuca y me recorría la espalda desnuda. Los reflejos se ven en el agua espejada. Una explosión en el cielo, desprende luces, colores, objetos de izquierda a derecha, como una explosión de fuegos artificiales, pero en la atmósfera. No se sintió ningún sonido, pero era una explosión que comenzaba a extenderse por el horizonte y cruzar el cielo casi sin caer. Yo me sentía como los dinosaurios, viendo caer un meteorito, tal vez el de la extinción de la raza humana. Recorrió todo mi campo visual hasta que se perdió en el horizonte.

Ignición.
Hoy vivimos en el año 2010, en el futuro, en los tiempos desconocidos y galácticos de los ochentas y contra toda capacidad de imaginación, estoy escribiendo desde Cabo Cañaveral, en la Base de la NASA en Florida.

Uruguay no llegó a la luna todavía, pero pude ver con mis propios ojos la plataforma de lanzamiento de donde despegó la misión que alunizó, la misma que mis padres pudieron ver por televisión en el 69´.

Acá mismo despegó el Apollo 11 y tantos años después, vi la documental de la tragedia del Columbia, esa explosión que vi en el lago.

En la casa del telescopio Hubble, puedo ver las fotos hermosas del sistema solar, y mientras veo imágenes que apenas comprendo, recuerdo la primera vez que observé un eclipse con el mismo asombro.

Entre cohetes gigantes, transbordadores espaciales, cápsulas y trajes de astronautas, lo imposible se vuelve posible y los sueños se hacen realidad. Desde la base donde se respira que “fallar no es una opción” sentí el porqué de lo que sintió Armstrong, sentí ese “gran paso para la humanidad”.

¡Buen Viaje!




Marcelo González Calero. 2011.

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