Nota original digital
fotos de archivo: Marcelo González Calero.
Al llegar a las últimas páginas del libro “La Tierra Purpúrea” de W. H. Hudson, encontré el mensaje final, el cual es mencionado y citado en el prólogo del Sr. Cotelo cuando lo escribe en el año 1992. Pues entonces sentí que había sido inducido a error por ese prólogo, sentí vergüenza por apresurarme a escribir sobre un libro que no había terminado de leer. Mea culpa, pido perdón. Ante este suceso, vuelvo a releer el prólogo de Cotelo y la traducción hecha por Idea Vilariño en el mismo libro, y entiendo que ciertas sutilezas escapan de lo que a mi entender el libro expresa claramente. Por eso antes de mezclar mis pensamientos y contaminar la buena voluntad del lector, transcribo algunos párrafos de Hudson traducidos al español por Vilariño y que se relacionan y se deben a los pensamientos escritos en el prologo.
… ¿Qué están haciendo incluso ahora? [los Orientales] Están sentados abatidos en sus casas, o de pie en sus puertas con los brazo cruzados y los rostros inquietos. Porque un cambio se aproxima; están en vísperas de una tempestad. No será ningún cambio atmosférico; ningún simún arrasará sus campos ni ninguna erupción volcánica oscurecerá su cielo de cristal. Nunca conocieron y nunca conocerán los terremotos que sacuden las ciudades de los Andes hasta sus fundamentos. El cambio y la tempestad esperados serán políticos. El complot está maduro, las dagas afiladas, alquilado el continente de asesinos, el túmulo de cráneos humanos que en su horrible sentido del humor levantan como Sillón Presidencial está por ser asaltado. (…) Y nosotros [los Ingleses] consideramos correcto arrancar de raíz espinas y cardos, agotar los pantanos infectados de malaria, extirpar ratas y víboras; pero eso sería inmoral, supongo, aniquilar a esta gente porque sus corruptas naturalezas están revestidas de forma humana; ¡este pueblo que en crímenes ha sobrepasado a todos los demás, antiguos y modernos, hasta que a causa de ellos el nombre de todo un continente se ha convertido en un mote de sarcasmo y de reproche en toda la tierra, y apesta en las narices de todos los hombres! (…) ¡Qué gloriosa hazaña se haría para la humanidad! (…) Correría la sangre por las calles como nunca corrió antes, o, diría, como sólo una vez corrió antes en ellas, y eso fue cuando fueron barridas por las bayonetas británicas. [Invasiones Inglesas 1806-7] Y después habrá paz, y el pasto sería más verde y las flores más brillantes por esa lluvia escarlata. (…)
Así describe Hudson la situación social y política de Montevideo a su llegada. “Los habitantes de este suelo, “la clave de un continente” (acotación geopolítica del inglés)” [dice Cotelo], la “llave” de un continente, traduce Vilariño, al parecer no gozan de muy buena reputación internacional, y con la pasión que se le atribuye a la fervorosa juventud, el inglés no duda en escribir su opinión en un tono antagónico al de la diplomacia británica.
Pero luego el iracundo extranjero comienza sus andanzas por el interior del país y dice así:
Después de mis vagabundeos por el interior del país (…), no puedo decir que mantenga ahora aquella opinión. No puedo creer que si este país hubiera sido conquistado y recolonizado por Inglaterra, y si cuanto en él está torcido hubiera sido enderezado de acuerdo con nuestras ideas, mi relación con la gente hubiera tenido el aroma silvestre y delicioso que encontré en ella. Y si ese aroma característico no pudiera poseerse al mismo tiempo que la prosperidad material resultante de la energía anglosajona, yo expresaría el deseo de que esta tierra nunca conozca tal prosperidad. No deseo ser asesinado; ningún hombre lo desea; sin embargo, antes de ver que el avestruz [Ñandú?] y el venado sean ahuyentados más allá del horizonte y el flamenco y el cisne de cuello negro sacrificados sobre los lagos azules, y el pastor enviado a puntear su romántica guitarra al Hades como tarea preliminar para conseguir la seguridad personal, prefiero andar por ahí preparado para defender mi vida en cualquier momento contra el súbito asalto de un asesino.
No sólo de pan vive el hombre; y la ocupación británica no da el corazón todo aquello por lo que éste suspira. Las bendiciones pueden transformarse en maldiciones cuando el gigantesco poder que nos la concede espanta de nuestro seno los tímidos espíritus de la Belleza y de la Poesía. (…)
… "los Orientales son los hidalgos de la naturaleza."
Y con el mismo tono inquisidor con el que glorifica las bayonetas británicas, reconoce no poder mantener aquella opinión inicial, entonces recién ahora puedo decir que creo comprender la intención del párrafo al que hace referencia Cotelo y Yo comento en el artículo publicado con anterioridad “De Hudson, sabores y Orientales”. Reafirmo hoy con mayor fundamento, que aquella interpretación de Cotelo traducida traidoramente al “criollo”, como una banalización del pensamiento del autor, a mi juicio, no representa en intención la voluntad de Hudson, dejando en segundo plano la obra, por dejar sobresalir la necesidad de encumbrar su pensamiento, que aunque respeto y festejo que lo exprese, ni comparto ni destaco. La riqueza de un pueblo jamás será la pobreza, y a la vista está, que claramente no es lo que expresa Hudson a través del personaje Richard Lamb; por el contrario escribe un libro con las descripciones de cómo paso a paso por la Banda Oriental va descubriendo que tal “pobreza” en realidad es una “riqueza” y la compara con otras naciones e incluso imperios y no sintiéndose satisfecho con aquello, compara esa riqueza con la de la “constitución no escrita”, tan fuerte y arraigada en la gente que ni el propio gobierno de la época con los calificativos que merezca o no, pudo cambiar.
Y continuando con la lectura de sus ideas, no me sorprende aquello, pues nadie puede sorprenderse de aquello que nunca se escondió: “Qué conquista tan espléndida Inglaterra perdió. Habríamos sido (acoto yo [escribe Cotelo]) tan prósperos y felices como Sudáfrica… [Continúa] En la Banda Oriental ese costo [Libertad e Igualdad] se llama pobreza y ella alimenta la libertad. Tuvo que pasar lo que pasó en los años setenta para que comprendiéramos ese distante mensaje que ya cumplió un siglo. “
Tal vez, inconscientemente al anhelar ver flamear la bandera con la Santa Cruz de San Jorge, o tal vez en la esquina superior izquierda sustituyendo al sol y acompañando las franjas celestes, cual colonia imperial, sus pensamientos lo traicionaron y la pobreza de la que habla, justamente es la necesaria para subyugarse pacíficamente al cepo, dicho en “buen criollo” y como buen cebo de traidores, dejó publicado “prósperos y felices como Sudáfrica”
Pero Hudson se despide así:
Adiós, hermosa tierra de sol y de tormentas, de virtud y de crimen; ojalá que a tus invasores del futuro, les vaya como a los del pasado, y te dejen al final librada a tus propias inclinaciones…
Aunque el Sr. Ruben Cotelo lo considera solo una “mención” en la canción, esa frase que se repite al final, nunca tendrá más valor y acento en el “mañana”, mientras que sigan existiendo “ricos orientales frustrados y tristes”
“Tierra purpúrea, mañana, serás de los orientales…”
(Defensa del Cantor – Alfredo Zitarrosa)
Fuente: La Tierra Purpúrea. W. H. Hudson. Traducción de Idea Vilariño. Prólogo de Ruben Cotelo. Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo.