A todos nos llega la hora tarde o temprano, de ponernos un
saco y leer a Jorge Luis Borges. -El saco pueden llamarle chaqueta, pero es el
saco, no el saquito de la abuela, ni el saco-bolsa, el saco. Como el saco de
Pablo Sandoval, el entrañable personaje interpretado por Franchella en “El
Secreto de sus ojos”.-
En este último tiempo me he dedicado a leerlo con atención,
como debe ser y como lo solicita su escritura, y entre ellos encontré un poema
que quiero compartir con Ustedes mis Queridos Invisibles.
Sepan que lo comparto luego de haberlo conversado con Jorge,
que a través de este portal personal del tiempo llamado libro, conversamos,
discutimos e incluso discrepamos, como buen irrespetuoso que soy, pero que al
final logré perdonarlo por robarme tan precisamente mis pensamientos, aunque no
hayamos coincidido en el instante, ni en la desgracia.
Temo, solo por experiencia, que debe haber sentido parecido,
por eso de que siempre que pasa lo mismo sucede igual, ya que no creo haya
podido escribir semejantes conceptos, sin el respaldo del negro dolor. Pero lo
perdono, sólo, porque él lo pide directamente. Si no me cree, búsquelo en el
libro “Obra Poética”.
En el fondo le agradezco.
He decidido hacer públicas algunas poesías tristes sobre la
muerte por varias razones y luego de haberlas discutido mucho con Yo y Migo
Mismo [With me, Myself and I], principalmente porque es parte de mi vida y con
la que convivo día a día, porque pocos tienen la desgracia de ver a su hermano
muerto, y ver en él, como en el espejo, tu muerte a semejanza, como una
pesadilla sin fin, que lejos de despertar, termina por cumplirse, algún día,
espero lejos.
Porque el sentimiento desvelado hecha luz sobre la tristeza
oscura, y como otros me explicaron lo que sentía pero no entendía, tal vez otro
entienda, lo que yo entendí primero, solo por desgracia del tiempo y por
compartirlo.
Lamento comenzar con Borges desde la muerte, pero uno nunca
decide cuando comenzar en realidad; ni con el nacimiento, ni con Borges.
Remordimiento por
cualquier muerte
Libre de la memoria y de la esperanza,
ilimitado, abstracto, casi futuro,
el muerto no es un muerto: es la muerte.
Como el Dios de los místicos,
de Quien deben negarse todos los predicados,
el muerto ubicuamente ajeno
no es sino la perdición y ausencia del mundo.
Todo se lo robamos,
no le dejamos ni un color ni una sílaba:
aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,
allí la acera donde acechó la esperanza.
Hasta lo que pensamos podía estarlo pensando él también;
nos hemos repartido como ladrones
el caudal de las noches y de los días.
Jorge Luis Borges
Fervor de Buenos Aires (1923)
Así los asesinos se convierten en ladrones, no solo de
vidas, sino también de esas noches y esos días, de esas sonrisas y los abrazos.
Pero nos obliga a todos a hacernos ladrones contra nuestra voluntad, como la
leña del árbol caído, que solo queda recoger las ramas, para calentarnos el
alma con su recuerdo, en el ardiente rincón de nuestro corazón. Nos hemos
repartido sus sonrisas para que no queden tiradas por algún campo de muerte; sus
consejos para que sean más sabios; nos hemos repartido lo que nos dejaron,
obligados a aceptar todos la voluntad de uno, uno que no se somete ante ninguna
conciencia, más alienta sus impulsos destructivos y temerosos.
Quiero que quede claro, para quienes piensan
equivocadamente, que el empuñar un arma no es un don, ni un privilegio, no es
una unión de poder con iluminados. Ni siquiera fueron inventadas para potenciar
los posibles poderes increíbles de un Hombre.
No las empuñan solo hombres fuertes y rudos, ni siquiera el
aturdidor sonido de la pólvora les pertenece a sus gargantas, y sepan, que las
armas fueron construidas para que cualquier imbécil pueda matar, para que los
más débiles e indefensos tengan el mismo poder de muerte que uno fuerte y
agresivo, sepan, que las armas son la democratización de la muerte y empuñarlas
no cambia al Hombre, solo lo potencia.
Es así que aquellos seres de bajos valores, contaminada
moral y torcido actuar, se sienten potenciados por un arma, que les da un poder
que no saben controlar, creyéndose poderosos y superiores, cuando en realidad,
no ha cambiado nada en su interior.
Si las armas no fueran fáciles de usar, estandarizadas y
simples, no se podrían armar a los ejércitos.
Las armas son herramientas estúpidas, que en manos
equivocadas causan daños irreparables. Lamentablemente es más fácil cargar y
gatillar un arma, que encender un computador.
Por lo tanto trate por igual a quien se crea Thor por tener
un martillo en la mano y a quien se crea poderoso y superior, por tener un arma.
Ambos tienen serios problemas.
Otra Poesía que me gustaría compartir:
Ausencia.
Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.
Jorge Luis Borges.
Dicho esto por las letras de otro que lo supo expresar
mejor, espero sea un regalo. Tal vez para algunos sea un reencuentro, para
otros una ráfaga de viento pasajero, y para otros, un caballo de Troya que
entra en el ama y sólo se expande por rincones, como en un viaje por el espíritu
que no termina nunca.
Yo no me robé nada de Diego, él me dejó todo y Yo decidí
cuidar sus cosas mientras, pero no como en un museo; preferí colgar sus
herramientas en la pared del taller de mi vida, para seguirlas usando todo el
tiempo, como él las usaba, construyendo. Las que puedo las cargo conmigo todo
el tiempo, pero siempre vuelvo al taller, como lo hacíamos juntos, y enciendo
la radio, escuchamos unos tangos, tomamos unos mates y construimos sueños. Como
siempre.
Les dejo una foto del cielo con el que me recibió en Santiago
cuando volví del viaje.
Saludos.
Marcelo González Calero.
Lo leí y releí, y es muy noble, lleno de amor y a la vez triste tu prosa...
ResponderEliminarAún las heridas nos siguen desangrando, y son como estigmas de ciertas duras vivencias que el Creador nos mandó experimentar para "crecer" o templar en la fragua ardiente del dolor nuestro espíritu y carácter, o vaya a saber que cosa más aprender en nuestro fugaz pasaje terrenal...
Gracias por tu sabia expresión...PA