Hoy es sábado 06 de marzo de 2010, 7 días después del terremoto de 8,8 grados en Chile.
Mi nombre es Marcelo González Calero, soy uruguayo y por “cosas de la vida” estoy viviendo en Santiago de Chile.
Viví dos años en estas mismas tierras en el año 1998 y 99 y ya en esa época se hablaba del “gran terremoto” que se esperaba.
Pasé los dos años esperando que no sucediera. Cada "temblor" (como le dicen aquí) que vivíamos, esperábamos que se descargara el gran terremoto. En un territorio de gran actividad sísmica, viví varios y de diferentes intensidades. Aprendí sobre los diferentes tipos de movimientos, la escala de Richter, los maremotos y tsunamis, los procedimientos en caso de emergencia y a mantener la calma cuando todo hace perderla.
Escuche los cuentos de los terremotos sufridos en la historia de Chile, las creencias populares para predecirlos, como que “cuando la noche se pone rojiza al otro día tiembla” y por sobre todas las cosas, aprendí a respetarlos.
La tierra de Uruguay no nos educa a entender y a sobrevivir a los movimientos telúricos.
Son aprendizajes de la vida.
De golpe, sin aviso y a la hora que se le ocurra, la naturaleza te enseña a esperar entregado.
Es capricho monopólico la decisión de intensidad con que va a sacudir tu piso, tus paredes y tu techo.
No tiene piedad en demostrarte que tu fuerza y tu poder es insignificante, que las construcciones en pié de los Humanos son solo benevolencia de la madre naturaleza.
Pasé los dos años sin sufrir el "gran temblor".
Volví a Uruguay y por “cosas de la vida” 10 años después, vuelvo a vivir a Santiago.
Los primeros meses me mantuvo asombrado la poca frecuencia e intensidad de los temblores.
Ya casi los extrañaba.
La madrugada del 27 de febrero del 2010, a las 03:30 estaba en la cama, cuando comenzó a moverse.
Inició como un temblor chico, normal, “manejable”, a lo que reaccioné como siempre, a la espera de que terminara, controlando dentro de lo posible que todo estuviera bien.
El temblor continuó y con él la tensión. Fue ahí que reaccioné. No era uno más.
A continuación les voy a contar como lo viví junto a mis seres queridos. Tal vez les ayude a entender qué pasó y qué les pasó a los cientos de chilenos que perdieron la vida. Para todos ellos, familiares y damnificados, todo mi respeto.
Para los que no lo vivieron y no saben como se siente un terremoto, intentaré hacerles imaginar como se siente.
Era de noche y estaba en mi habitación, con las cortinas cerradas, luces apagadas y con el televisor encendido. La imagen que me viene para que se hagan una idea, es como si estuvieran en una caja de zapatos.
De repente la empiezan a mover con la misma facilidad de si la estuvieran moviendo con las dos manos.
La mueven de un lado al otro de forma horizontal; luego la empiezan a mover más fuerte y le agregan un movimiento ondulado, la mueven tanto como para que las cosas que hay en la mesa de luz se caigan, los cuadros se golpeen contra las paredes o se caigan, las puertas se abran, los cajones se abran y no puedas mantenerte en pie.
Muy bien, a esto agréguenle mucho ruido, algo así como una estampida de ganado corriendo por tu jardín, el techo de tu casa y en la habitación de al lado.
Súmale el ruido de una persona pegándole a los vidrios de las ventanas, puertas golpeándose, vidrios rotos, cosas cayendo, las alarmas de las casas, las alarmas de los autos, gritos, llantos y ladridos.
No se olviden de que todo esto pasa al mismo tiempo.
De repente mientras sentís todo esto y no podes ver lo que pasa afuera y entras en conciencia de que es un terremoto, el famoso terremoto que esperaban, te entra el miedo, recién ahí sentís miedo, porque no sabes qué esperar, hasta donde va a llegar todo esto.
Es ahora cuando dudas de la resistencia de las paredes, del techo y toda la construcción. Es ahora cuando no sabes si van a explotar los vidrios, si se va a abrir la tierra o si se va a deslavar el cerro de al lado de tu casa.
Muy bien, eso agrega un poco más de tensión.
A todo esto le falta una cosa. En el momento que se siente un sacudón y ves el televisor saltar, se apaga la luz. Ahora sigue pasando todo lo mismo, pero a oscuras.
En ese momento uno siente “más” ruidos y solo te queda esperar no sentir que algo se te cae arriba.
El terremoto empieza a disminuir, ahora la caja de zapatos se siente como si estuviera en el mar.
La sensación es como si estuvieras en un barco chico sobre olas.
Los ruidos disminuyen y solo se escuchan alarmas, gritos, ladridos y llantos. Curiosamente en este momento, mientras escuchas estos ruidos, al mismo tiempo sentís silencio.
Se siente un silencio tenso, oscuro, incierto, pesado.
No sabes si esperar más, si va a venir uno más fuerte, si queda mundo afuera de tu casa.
Casi se siente la necesidad de confirmar si uno está vivo, si es posible que hayas sobrevivido a tal movimiento.
Estas nervioso, asustado, hay que vestirse, buscar una linterna, ponerse zapatos, hay vidrios rotos en el piso, hay que ver como están todos, como está la casa, si hay pérdidas de gas o un incendio en la cocina o lo peor que no quieres pensar, si hay alguien muerto.
Nos comenzamos a reencontrar todos, nos miramos con cara de miedo, como redescubriéndonos, con cara de sueño, ojos nerviosos, ropas extrañas y desplazamientos erráticos, sin sentido.
Las imágenes comienzan a aparecer de la oscuridad. La casa empieza a mostrarse de a poco en el círculo de la luz de la linterna.
Todos los cajones están abiertos, parece que hubieran entrado a revisarlos, todas las puertas están abiertas, hay cosas en el piso, mesas corridas, caídas, muebles donde no los dejaste antes de acostarte. Hay cosas rotas. Nadie sabe bien que hacer.
La revisión arroja paredes rotas, revestimientos caídos. ¿Cuanto más? No se sabe.
Surgen las ganas y la necesidad de saber.
Surge la estúpida necesidad de ponerle un número a lo que acabamos de vivir.
Si el número es grande, entonces fue grande. Todos opinamos, fue 7, 8, 9, 10 tal vez 11, como el de Valdivia, como el del 85, nadie sabe.
Prendí la radio. Busqué en FM, en AM, encontré música, música y más música de discoteca y donde no, había lentas. La noche musical seguía en la noche de viernes.
Surge la necesidad de saber como están los seres queridos, la necesidad de avisar que sobrevivimos, que no se preocupen. Logramos realizar un par de llamados normales y pronto colapsan los teléfonos móviles. Colapsan las líneas fijas.
En la radio aparece una emisora en AM que transmite. Las otras hablan de cosas superficiales, poco importantes, se ríen, hacen chistes, hay reggaeton, son programas grabados.
Aparece el primer informe: Chile acaba de sufrir un Terremoto, las primeras informaciones nos llegan desde Estados Unidos...
Es ahí donde cambia en todos la forma de referirse a lo que acabábamos de sobrevivir.
¡Fue un Terremoto! Y en seguida preguntan: ¿de cuanto…?
Todos necesitan saber de cuanto. Las primeras informaciones dicen que de nueve, que el epicentro fue en el sur.
Pronto en la radio se repite: Chile acaba de sufrir un Terremoto, las primeras informaciones nos llegan desde Estados Unidos..., la intensidad, el epicentro y nada más.
En la calle no hay luz, los semáforos no funcionan, los autos enciendes las luces largas, no están acostumbrados a conducir sin alumbrado público, conducen con temor, alguno a alta velocidad.
La gente sale a las veredas, los vecinos se reúnen, conversan, se ven pijamas.
Las alarmas comienzan a apagarse.
Todos nos quedamos con alguien, nació una necesidad de estar en grupo, de juntarnos, conversábamos, compartíamos información, se calmaban los nervios.
Afuera la luna y las estrellas brillaban más que nunca en contraste de un Santiago oscuro.
En la radio se da la noticia: Se registra el primer muerto en Valparaiso.
No recuerdo con certeza, pero creo que ahí fue. No se me olvida más que fue el primero.
Fue lamentable, triste, pero tenía la esperanza ignorante de que fueran pocos. Nunca nos imaginamos que había sucedido lo que había sucedido en el Sur.
No hacía mucho que lo habían anunciado cuando la voz temblorosa del locutor confirma lo que sentíamos en nuestro cuerpo. Una réplica.
Las alarmas volvieron a activarse y se volvieron a escuchar los gritos “¡está temblando!”
El miedo revivió, no importaba la intensidad, solo esperábamos saber si superaría al anterior. Tal vez en otras circunstancias hubiera sido fuerte, pero con el antecedente perdía importancia.
La oscuridad eléctrica acompañaba la noche, acompañaba lo negro de las noticias, aparecía el segundo y tercer muerto. Comenzaban a repetirse las tristes pérdidas humanas.
La luna alumbraba la cordillera de los Andes, alumbraba la madre tierra, al Mapuche (Tierra-gente), sin distinciones, sin divisiones políticas, humanas, todos éramos hombres y mujeres de la tierra, mirados por la naturaleza con calma.
Yo sentía que para ella no había pasado nada grave. Ahí estaba como siempre, con su hermosura y su inhóspito carácter.
Luego de deambular por la casa, de revisar todo una y otra vez, de pasar por el mismo lugar sin levantar lo caído, de esperar algo sin saber qué, sin esperanzas de que se conectara la luz, nos llegó internamente de forma casi unánime la decisión de disolver la reunión y volver a la habitación.
La ignorancia nos dejó volver a la cama.
Acostado mirando el techo, recordé entonces el 1ero de enero de 2000, cuando festejando el cambio de siglo en Uruguay, le dije a mi familia:
“nos salvamos del terremoto”.
Marcelo González Calero.
Acaba de leer: "Así viví el Terremoto" Parte 1
Continúa: "El día después. Ya nada sería lo mismo" Parte 2
Especial:
Terremoto en Chile
sábado, 6 de marzo de 2010
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