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viernes, 1 de julio de 2011

Crónica del viaje Santiago - Seattle.


Estimado Dámaso Antonio Larrañaga:

Con todo respeto, entiendo las peripecias que Usted pasó en el viaje desde Montevideo a Paysandú, pero permítame humildemente contarle a modo de anécdota, algunas de las dificultades a sortear en el Viaje Santiago – Seattle realizado en el mes de Junio del año 2011, sí Sr. Larrañaga, leyó bien, 2000 años más 11, no 1815 como el año en que Usted realizo su viaje.

Entiendo que el suyo fue en carro tirado por dos mulas, pero créame que a pesar de que Usted jamás se imaginó que se inventarían los aviones, tampoco se imaginaría poner el carro por delante de las mulas. Pero sucede créame. Tal vez para el 2211, algún atrevido como yo, escriba que todo es más fácil para ese entonces. Ojalá…


Santiago del Nuevo extremo...

Mi viaje parte de la ciudad de Santiago, Chile, en el Aeropuerto Arturo Merino Benítez, Terminal Internacional, aerolínea nacional chilena. Por ser el "otro extremo" Estados Unidos de América, (para los que sí les importa, no es de “Norte" América) la solicitud de la aerolínea es estar presente, tres horas antes de la hora de partida en el aeropuerto. Con el nuevo “avance” del “Check in” por internet en la web, hay que llegar con la impresión doble del “boarding” en la mano, para hacer la fila (corta en teoría) con las maletas permitidas.


El “counter”. Tan malo como el mostrador de la pulpería…

Una vez en el “counter” (mostrador) debes presentar el boarding, el pasaporte o identificación y si corresponde, la tarjeta de migraciones. Todo esto debe suceder a través de una separación extremadamente alta para el promedio de altura de la sociedad, en el cual el cliente de pié debe tratar de ver por sobre “el muro” a la persona que atiende que se encuentra sentada. Ella teclea un montón de cosas en un computador, mientras uno que no entiende qué está haciendo, lee el aviso de elementos prohibidos en el equipaje de mano y despachado, repasando de memoria no haber puesto algún corta uñas en el bolso por equivocación. Si todo está bien, coloque las maletas en la balanza. No puedes sobrepasar los 23 kg sagrados, sino, a pagar de nuevo.

Listo, ya puedes despachar las maletas que van en la bodega del avión. Eso vendría a ser la carretilla que llevaba sus maletas Don Dámaso, que tal vez si Usted hubiera respetado los 23 kilos, no le hubiese sucedido lo que le sucedió, una desgracia fue partir el eje de la carretilla justo antes de llegar a Las Piedras.


La sobre venta. Igual de incómodo que pasar la noche en Las Piedras en vez de en Canelones…

Si pasaste esa instancia, significa que también lograste vencer la sobre venta de asientos del avión, de lo contrario van a tratar de convencerte con pasajes, dinero y hasta estadías en hoteles para que cambies tu viaje a un vuelo que no esté sobre vendido. Una subasta de tu tiempo bastante incómoda, sin olvidar que el pasaje ya lo tienes comprado.


Ahora sigue migraciones. El “cerco contra los perros rabiosos”

Nuevamente una larga fila para pasar por el control de “migraciones” que puede variar desde el simple requisito del documento, hasta una muy complicada visa. Se presenta el documento, el formulario completo y firmado con datos personales y el pasaje aéreo.

Una vez logrado el sello bendito que te autoriza a cruzar la frontera, lo siguiente es el control de seguridad.


Si usaran los cardales como madera, no existiría el arco detector…

Es obligación dejar todas las pertenencias en bandejas, incluso el calzado y el cinturón, que pasarán a inspección de rayos “X”, luego, sujetándote los pantalones, puedes pasar por el arco detector de metales, un simple invento utilizado en sus inicios para detectar metales en la madera antes de ser aserrada. Si no detecta metales, continúas, si suena la alarma, retrocedes o pasas a inspección de paleta detectora de metales, una herramienta más específica que detecta puntualmente donde se encuentra. Te vistes nuevamente, recoges tus pertenencias y pasas al agradable Free Shop.


La pulpería de lujo.

Esto sí que le hubiera gustado conocer Don Dámaso, por lo que cuenta, es como una Pulpería criolla, pero a todo lujo, eso sí, con prioridad a los perfume y el alcohol, ese que Usted criticó por causar la muerte de sus nativos, pero de lo contrario alguna cosita linda siempre encuentra, algún chocolate, valijas nuevas, un regalito y si anda con unos pesos, hasta algún I Pad… Pero para Usted que andaba sugiriendo el desarrollo del país, no sé si le hubiera gustado mucho lo de los impuestos. Igual esto es de paso, ahora a sala de embarque.


Sala de embarque. Como en los barcos, pero ahora en aviones.

Luego de seguir esperando en la sala de embarque, la amable empleada de la aerolínea, solicitará que realices nuevamente otra fila, pero esta vez clasificada según el número de asiento. Uno a uno vamos pasando por el control del boarding pass y pasaporte, para entrar a la manga, no sin antes pasar por otra revisión de seguridad en la que te revisan los bolsos de mano con unos “palitos” para no tener el “atrevimiento” de tocar tus pertenencias.


La carreta; perdón… el avión.

Entrar, buscar tu asiento, colocar tus bolsos de mano en el espacio que encuentres, si es que algún pasajero cercano, no viaja con toda su familia y ocupa su espacio, el tuyo y el de alguien más. Listo, una vez sentado, esperamos la autorización de torre, el Capitán piloto nos saluda, nos saluda la azafata, te saludan en nombre de la aerolínea y de las asociaciones comerciales y la tarjeta de millas. Luego vienen las instrucciones de seguridad, como abrochar el cinturón, como ponerse la máscara de oxígeno, el chaleco salva vidas, enderezar el respaldo a 90 grados, subir la mesa, luego pasan 3 veces las asistentes de abordo para constatar que lo hiciste, luego el piloto pide asegurar cabina, carreteamos y despegamos finalmente. ¡Ahhhhh! Qué alivio… Ahora uno puede descansar… ¡No! Ahora vuelve a hablar el capitán, nos cuenta la temperatura, la ruta, como va a estar el camino y que desayunó, una sarta de datos que poco importan, más que al piloto y la torre. Pero apenas termina el capitán, vuelve la azafata a gritar por el parlante e invitarte a ¡comprar en el Free Shop del avión! Luego pregunta por tu ciudadanía y hacia donde te diriges. Si logras dormirte unos 3 minutos, el carro de las ventas te golpea el codo que queda afuera del posa brazo porque son extremadamente justos y eficientes, entonces el agudo dolor del hueso te despierta para ver la sonrisa que te invita a tomar el catálogo y ver la ¡nueva promoción exclusiva para la aerolínea! Generalmente algún perfume de mujer que poco te interesa. Luego la comida, luego el café, el té, el agua, luego la retirada de la bandeja, los auriculares para el entretenimiento que se corta cada vez que el piloto o la asistente de abordo quiere hablar, luego el piloto que se aburre y quiere contarte algo nuevo en español e inglés, el aire acondicionado que se pone sofocante, luego helado, luego los tapones de oídos para dormir y cuando parece que vas a poder dormir, pasa de nuevo la asistente para retirar los audífonos. Y llegamos a Lima, Perú. Tres horas encantadoras.


La escala. Entre “Mal Abrigo” y la preparación para cruzar un arroyo.

Ahora medio avión baja, y la otra mitad se queda tratando de estirar las piernas, pero comienza la carga de combustible del avión y hay que mantenerse en los lugares. Sube una señora de la aerolínea, pero de Perú y con una lista en la mano, chequea quién eres. Luego otra persona con un espejo, revisa todos los compartimientos de equipaje y pregunta de quién es cada cosa. Luego otra persona, pasa asiento por asiento y solicitándote que te levantes, despega el asiento y lo revisa. Luego vienen las personas que levantan la basura de los que se fueron. Luego doblan la manta usada, ponen la almohada encima y la dejan como si nadie la hubiera usado. Por fin se retiran todos los empleados peruanos y suben los japoneses.

Listo, ahora recuerden todo lo que les conté antes… bueno, pasa todo de nuevo. Cómo será de aburrido y fastidioso, que no podría contárselos por escrito nuevamente, porque se aburrirían y dejarían de leerlo.

Pero los pasajeros no tienen a dónde ir… Las ocho horas comienzan con todo el circo.



8 horas después… Llegada a la casa del regidor Duarte.

¡Bienvenido a Los Ángeles! California, sí, la casa de Hollywood, Baywatch y el alcalde Arnold Terminator, que se mandó la media metida de pata con la empleada doméstica.

El avión aterriza y te informan que según la autoridad aeronáutica, está prohibido pararse hasta que se detenga el avión. Listo, se detiene el avión y todos se paran como resortes con energía acumulada a buscar sus pertenencias, las alcanzan, encienden sus teléfonos móviles; algunos quedamos sentados esperando que comiencen a salir del avión, entonces todos hacen fila mirando hacia el frente y… nada, nadie puede moverse, obvio, porque todavía no acopló la manga, no abrieron la puerta y no desembarcó primera clase. Algo tan ridículo e incómodo como dormir en el catre de cuero que ocupaba toda la pieza Don Dámaso, Usted me entiende…

Primera clase entra antes; cuando quiere, y sale antes, con cortinas cerradas para que el resto no los vea pararse. Debe ser algo vergonzoso… Entonces la gente se cansa se aburre y te pone el bolso en la cara, por no decir alguna parte del cuerpo. Todos esperan como caballos a la salida de la carrera. Se abre la cortina de primera clase y todos salen apurados… para hacer fila en migraciones, obvio.


Más fila y espera.

La gente se separa; por un lado los Americanos, por otro, los no ciudadanos americanos. Al llegar al oficial, de nuevo pasaporte, visa, motivo del viaje, profesión, dedo pulgar derecho, los otros cuatro dedos, dedo pulgar izquierdo los otros cuatro, sello y seguimos a las maletas; retiro las maletas, segunda inspección del sello que nos pusieron antes, alguna otro pregunta, seguimos al segundo vuelo.



Conexiones. Otro arroyo en el camino.

Check in nuevamente en la aerolínea nacional, pero esta vez es diferente, algo debe de estar mal, porque te atienden al lado de un pequeño mostrador en forma de columna, donde puedes ver a la persona, puedes conversar civilizadamente, algo raro comparado al anterior. Luego control de boarding y fila para control de seguridad, rayos “X”, desvestida, arco, perro y llegada a sala de embarque. Una corta espera para vuelos domésticos y uno piensa que una vez que pasó todos los controles anteriores ya no hay más nada que controlar… No señora, si Usted pensaba como yo, se equivoca. Ahora en la fila para el control de boarding antes de subir al avión, autoridades nacionales, seleccionan personas al azar y frotan un papelito por tus manos, la ropa, los cierres de los bolsos y los ponen en una maquina. Si la máquina no detecta explosivos o droga, entonces podes continuar tu viaje de placer.

Otra vez en el asiento, casi lo mismo que antes, solo que esta vez la bienvenida fue en ingles y japonés, pero todas las indicaciones de seguridad solo en ingles. La comida no fue molestia porque no estaba incluida en el boleto y lo único que quieres para ese entonces, es llegar a un baño decente y dormir un ratito sin que te molesten. Ese es el mejor tramo del viaje.


Llegada. La casa capitular.

Bienvenidos a Seattle, temperatura en Fahrenheit que no tengo idea y arribamos. Las maletas llegaron. Como dicen las ex azafatas, espero hayan disfrutado del viaje.

Don Dámaso, espero haberlo puesto al tanto de las peripecias que se viven hoy en día en los viajes de larga distancia, que aunque son en menor tiempo, están plagados de malos ratos, que para los años que corren y las tecnologías que dominamos, deberían ser parte de la historia más que de los tiempo que corren.

Saludándolo desde Whidbey Island, Washington, me despido con todo respeto:

Marcelo González Calero.




Enlace externo para descargar el libro en pdf. Diario de viaje de Montevideo a Paysandú. de Dámaso Antonio Larrañaga.


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