¡Mirad esa manzana, cuan roja y dulce se ve! Le dijo el zorro al hombre.
- Si tú fueras alto y fuerte podrías alcanzármela; pero tus piernas son cortas y tus brazos no llegarían ni siquiera cerca. En cambio yo, con mi estatura de zorro, podría dar un salto y tomarla con mis dientes, arrancándola de la rama.
El hombre saltó lo más alto que pudo, pero no alcanzó la manzana. Saltó una y otra vez hasta que se cansó y se detuvo a retomar el aliento.
- Has visto, ha sido como he dicho. No salto ahora mismo, porque sería humillarte en tus narices, y tu débil autoestima se vería seriamente dañada. Dijo el zorro.
- Mis piernas no son cortas y mi cuerpo no es débil, soy fuerte y ágil; cuando retome el aliento, de un salto la tomaré con mis manos. Dijo el hombre.
- Yo no lo creo, pero nada tengo que hacer, más que verte y reírme de tu fracasado intento. Dijo el zorro mientras se echaba apoyando su hocico sobre la cola.
El hombre irritado retoma sus intentos y a pesar del esfuerzo, no logra alcanzar la manzana.
- Ya que se te dificulta tanto, podría buscarte una más baja… si te rindes…
- ¡Nunca! Le respondió el enojado hombre. Si no la alcanzo con mi mano, la alcanzaré con mi espada y de un solo golpe caerá ante tus pequeñas patas.
-Pues aquí sigo esperando. Dijo el zorro.
El hombre saltó nuevamente y lanzó su mejor golpe. Fue más cercano, pero no lo suficiente. La manzana permaneció colgada.
El zorro rió y le dijo: No te preocupes, si sigues intentándolo, la manzana madurará y caerá por su propio peso, porque tú no podrás cortarla. Salvo que…
- ¡¿Salvo qué?! Dijo el hombre agitado y lleno de cólera.
- El problema son tus piernas, son pequeñas, pesadas y te amarran a la tierra, por eso no puedes saltar más alto.
El hombre se estiró, de puntas de pié, con el brazo extendido, la espada empuñada en la punta de los dedos y no llegaba.
El zorro rió nuevamente y el hombre en su afán por llegar, lleno de ira aprieta su espada fuertemente y lanza un corte directo a sus piernas, sin quitar la mirada de la manzana. El hombre se derrumba estrepitosamente y cae al suelo sobre sus piernas sin comprender que sucedió.
- ¡Zorro! ¿Qué sucedió?
- Muy simple; respondió. Por querer llegar más alto, has cortado tus piernas.
Marcelo González Calero. 2011.
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