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domingo, 7 de marzo de 2010

El día después. Ya nada sería lo mismo. (II)

"El día después. Ya nada sería lo mismo"
es la continuación de "Así viví el Terremoto"
Se recomiendo leerlo antes para mejor comprensión.



El despertador terrestre mueve le cama nuevamente, es hora de levantarse dice la Pachamama. Los ojos grandes buscan llenarse de luz y en su angurria se queman.
Confirmado, no fue un sueño ni idea mía, había temblado de nuevo. Las replicas se siguen sucediendo.

Es tarde, la gran interrupción de la noche se cobró horas vespertinas. Abrir los ojos tenia de nuevo un sentido. Era sinónimo de vida. Estaba vivo.

La habitación cerrada impedía ver el exterior. El camino desde la cama hasta las cortinas, se prestó para conjeturas de todo tipo. ¿Llovía?, ¿estaba nublado?, ¿el cielo estaba rojo?. No, nada de eso, era un día soleado de verano, como los de playa, como los de la infancia.

Como la luna, el sol salió alumbrando de nuevo y como escuché tantas veces... "el sol sale todos los días".

La naturaleza de nuevo te mira a los ojos con cara de ¿que pasa? Todo se vuelve cuestión de perspectiva, lo que para nosotros fue grande, para la naturaleza fue pasajero.

El sol volvía a llenar la casa de luz, aquella que no daba todavía la electricidad. Como siempre, la mano autómata busca encender los interruptores inútilmente, aunque sabemos que no hay electricidad.

Las huellas están, las cicatrices existen, todos nos volvemos un poco exploradores, un tanto ingeniero, un poco forenses. Los descubrimientos se anuncian, todos quieren compartir los cambios que obligó el terremoto. Todos volvemos a reunirnos y a responder si pudimos dormir bien.

Los adultos padecemos de caras cansadas en directa relación con la edad. Los niños tienen la frescura de la inocencia y es tan solo un día lindo para jugar.

Alguien enciende la radio, desde la madrugada se había auto asignado un informante para nuestro grupo humano, esa persona era y será quién sabe por qué, la encargada de informarnos a todos de las últimas novedades. Nadie se opone, nadie protesta.

Los periodistas nos ganaron la carrera. Al principio impacta la diferencia entre aquel silencio y falta de información en todas las emisoras de cuando recién sucedió el terremoto y ese momento donde todos hablan mucho, como si lo supieran desde siempre. La información no para de llegar, los nombres de pueblos y ciudades, algunas que nunca había escuchado, retumban en las paredes de la casa sin televisores, ni música, ni aspiradoras. Se siente una especie de indignación por no haberla recibido cuando la necesitaste, por haberlo escuchado titubear y ahora sentirlo tan seguro cuando lo peor pasó. Con la razón, se va la indignación y viene la comprensión, como una disculpa.

Fue entonces cuando llega el primer golpe. La noche había cobrado más víctimas fatales. Las caras tristes se vieron automáticamente y la mía no estuvo ajena. Cada uno de esa cifra se sentía una parte tuya, todos habíamos vivido lo mismo, pero no todos corrieron la misma suerte.
La pena me inundó. Recordé entonces mis días de niño, cuando miraba las caras tristes de mis padres mientras escuchaban tragedias en las noticias y sus caras se transformaban. No entendía por qué tanto sentir por gente que no conocían. Yo sentía pena, pero a ellos les cambiaba la cara. Así miraba nuestras caras un niño desde abajo, mientras en una ronda improvisada, tratábamos de escuchar al periodista.

Tal vez con el tiempo la vida también le haga entender a él, el por qué de nuestras caras.

La atención y la sed de información había vencido hasta la primera visita de rigor al baño. Pero de golpe se disuelve nuevamente la reunión y todos a sus cotidianas tareas de aseo personal. Luego el desayuno.

Sonaba fácil hasta el momento de prepararlo. No era algo que no hubiéramos vivido antes en un apagón, pero hay que confesar que ahora todo tenía una sensación de sobrevivencia. El primer desayuno se cocinó y desarrolló entorno al parrillero, donde el salvador fue el carbón.
En un entorno donde se intentaba distender las tensiones, la similitud a un día de camping, sirvió para romper con la rutina, a aprender y enseñar a como arreglárselas sin la infaltable electricidad.

La tarde volvió a tomar tonos oscuros, cuando la noticia del tsunami comienza a propagarse. Al parecer las ciudades costeras fueron arrasadas por una ola gigante. El peor de los temores para los habitantes de la costa, se había hecho realidad.

La radio no ofrecía mayores detalles, cada uno se imaginaba como estaría esa ciudad, como sería la ola gigante; cada uno imaginaba que podríamos haber estado de vacaciones en la costa. El terremoto había llegado justo antes del comienzo de las clases.

"La gente arrancó para los cerros" dice la radio, nadie quería bajar. Se siente un temblor de mayor intensidad, las emisoras son más veloces en informar el epicentro y la intensidad, todos seguimos con la misma incertidumbre. Nadie sabe si habrá otro terremoto y si lo que está en pié, seguirá estándolo.

Casi a esas alturas se escucha una comparación con el terremoto de Haití. Parece que el mundo giró la cabeza y ahora todas las miradas se fijan en un terremoto nuevo. El mundo se siente tocado por una tragedia en un país desarrollado, siente que puede ser en el suyo. El mundo sabe que Chile estaba preparado, que conoce de terremotos, que los ha sufrido antes. Todos saben que fue fuerte y que la cifra de muertos a pesar de todo seguirá subiendo.

Las noticias se interrumpen nuevamente. Ahora la casa se llena de palabras en inglés. El presidente Obama envía un mensaje al pueblo Chileno. Los periodistas agregan que se ha dado una alerta de tsunami en la costa oeste de Estados Unidos. Los Americanos evacuan la costa.

Desde el jardín de nuestra casa, miro a mi alrededor e intento hacerme a la idea de que lo que había pasado era un problema mundial.

Las autoridades recomendaban no salir de los hogares si no era de extrema necesidad. Por suerte había agua potable y teníamos alimentos para resistir sin problemas un par de días, tal vez tres. Esto hacía que la imaginación trabajara tiempo extra. Lamentablemente la realidad superó toda imaginación.

Los periodistas comienzan a hablar de desaparecidos, esta vez no son los desaparecidos de la dictadura, esta vez no hay "terrorismo de estado" asociado después de esa palabra. Al parecer, el agua se había llevado personas de vuelta al mar. A los desaparecidos se suman los atrapados. Los rescatistas toman la noticia de último momento. Un edificio caído mantiene atrapado a un número de personas hasta ese entonces sin confirmar. Las réplicas se suceden, no solo mantiene la amenaza latente, sino que interrumpe la labor de los rescatistas adentrados entre los escombros.

Es hora de hacer otro intento.

El teléfono móvil no funciona desde hace rato. Probemos el de línea fija. Suena, está llamando, el tiempo se hace largo, uno no sabe que esperar, cuando de repente: - ¡HOLA!

- ¡Hola Papá!

El alivio y la felicidad inundaron las voces: - ¡Te paso con Mamá que se va a morir de los nervios!

Desde Uruguay seguían la tragedia desde temprano, pero sin noticias mías. Ellos tenían las imágenes del terremoto, CNN mostraba las casas caídas, el tsunami, los fallecidos, nosotros no sabíamos nada.

Desde Uruguay, me contaron qué había pasado con lo que yo había sentido.
Ellos tenían mejor información de la que podíamos obtener de la radio.

Ahora la ronda se había agrandado, la tecnología nos permitía un informante más desde Uruguay, eran noticias frescas, todos la recibíamos agradecidos.

El cielo santiaguino estaba raro. La contaminación es una suerte de nube permanente sobre Santiago, pero ese día la nube era rara. Era más densa, tenía otro color, teñía la luz de tonos diferentes a los acostumbrados. Pensé que tal vez fuera polvo en suspensión. Es una estación muy seca en Santiago y la tierra se vuelve fina como el talco. Tal vez con semejante sacudida esa tierra estaba en el aire. Luego me enteré que era contaminación por el humo de incendios de dos fábricas de químicos.

Cerca de las 18 horas fui en busca de registrar fotográficamente lo que había sentido.

Santiago había cambiado y para siempre.

Encontré daños de todo tipo. Desde casas caídas, hasta muros fisurados. La gente no confiaba en sus viviendas, todos estaban afuera. Para algunos era una especie de feriado festivo. Se veían tranquilos, ya habían recogido los escombros y asombrosamente los tenían apilados en lugares comunes prontos para ser llevados por un camión. Las casas y muros dañados ya habían sido tapados con lo que tenían más a mano; chapas, cartones, maderas. A simple vista parecía que el terremoto había sido dos o tres días atrás.

La tarde ganaba transeúntes, la calle era transitada con tranquilidad, no había transporte público y el sábado le daba el último toque de serenidad. Asombraba ver parejas y familias enteras caminando en busca de observar los daños en la ciudad. Un incontable número de cámaras y celulares fotografiaban los daños. Parecía que todo estaba en calma, parecía no haber de que preocuparse, los chilenos asumían la situación con calma, madurez y desarrollo.

Los medios de comunicación se habían preparado para enviar corresponsales a las zonas dañadas, por efecto, poco a poco las imágenes comenzaron a llegar a la población.

La electricidad comenzó lentamente a reponerse y los televisores a encenderse.

Lo que describo a continuación es mi impresión.

La desinformación nos mantenía a todos "calmados" ya que nos preocupábamos solo por lo que nos sucedía y por lo que estaba a nuestro alrededor. Cada uno ayudaba dentro de su entorno y las catástrofes eran del tamaño de su vecindario. Pronto las imágenes del desastre inundaron los hogares. Se llenaron de derrumbes, de tsunamis, de desastres, de muertos, de desaparecidos, de historias desconsoladas, de desesperación, de desolación, de impotencia, de abandono, de soledad.

Todo entró como un tsunami de información dolorosa.

Los sistemas de reacción se estaban activando, un país se estaba sacudiendo el polvo todavía. Un gigante tiene su tiempo de respuesta y no es rápida ni tan veloz como se quiere y necesita.

Era fin de mes, los sueldos se acaban para las familias medias y humildes, los alimentos no son abundantes en la casa cuando llega fin de mes. Todos pensaron que todo se pondría en funcionamiento como con cualquier temblor. La gente no se preparó para resistir y salieron a exigir.

Las informaciones dicen que los supermercados permanecerán cerrados.

Las imágenes muestran las edificaciones de los supermercados mal heridas.

La luz y el agua no se han repuesto en varios sectores.

Entra el pánico. Llega la noche.

La prensa recoge testimonios, los primeros de personas con niños en brazos que dicen necesitar leche, agua, jugo, pan.

Los vecinos se reúnen, comparten la desesperación.

La desesperación se propaga con la facilidad de la globalización de la información.

No demora nada en producirse el primer saqueo. Luego otro, otro y otro.
Toma a Carabineros de Chile poco preparados. La gente siente que son los únicos afectados y que a las autoridades y al Estado no le sucedió nada.

No hay consciencia de que todos sufrimos lo mismo, pero con diferentes consecuencias.

Algunos volvemos a la cama alumbrada esta noche por una vela.

Afuera la luna brilla opaca por la contaminación. Las estrellas se ven como nunca, el cielo se asemeja a una fotografía mate.

Vuelve el silencio.

Otros viven su primer infierno, su primera noche.

El 27 de febero fue un día con dos noches. Fue un día largo. Cuando hablábamos de terremoto, nos referíamos a ayer, que en realidad había sido en la mañana y para el día 28, parecía que había pasado dos días. Todos sufrimos lo mismo y la gente sufría por dos días, se desesperaba por dos días, se sentía abandonada por dos días, cuando en realidad había sido menos de uno.

La naturaleza y el cansancio nos envió a dormir con la luna, con la noche, temprano.
Las imágenes de la ciudad, las palabras de los periodistas radiales, las réplicas, el miedo y la necesidad de repasar, retrasaron el sueño.

Era el día después y ya nada sería lo mismo.

Nota: 15:37 hrs. Mientras redactaba hubo otra réplica. La más fuerte en días.



Marcelo González Calero
2010.

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